Antes de las fiestas de la ciudad me acerqué una tarde a San Sebastián. En el paseo de la Concha, junto a músicos de todas las razas e instrumentos, estaba este pintor de cuadros al óleo sobre baldosa. Lo curioso era el sistema que utilizaba: pintaba a mano a toda velocidad extendiendo y retirando la pintura con una especie de pincel que más parecía palillo.
Cuando pensabas que tardaría días en secarse aplicaba un spray y, zas, quedaba como un cristal. Un éxito increíble entre los viandantes. Yo me acordaba de aquel pintor que me reñía por difuminar con un dedo algun detalle mientras pintaba con óleos: ¡las pinturas son cancerígenas! Sobre todo alguna -no recuerdo cuál, pero un azul o los cadmios. Mejor no acordarse-.
En la playa de la Zurriola quedaban los restos de una divertida escultura en arena. Pero en fin, el viento y los golpes de pistolas de agua dejaron la maravilla hecha un pequeño desastre. Otro día más.
Playa de la Zurriola. ¡Qué efímero es el arte...! |