lunes, 29 de junio de 2009

Desventajas de volar


No es que tenga manía a los aeropuertos, pero cada vez veo más claro que, a la ventaja de ir volando de un punto a otro, se le opone la ineludible exigencia de habitar en las terminales: horas antes, horas después... Me pregunto si no será para que consumamos entre vuelo y vuelo los dichosos botellines de agua que venden a precio de oro negro.

Entiendo que, si quieres ir a una isla, lo más sensato será -caso de vivir lejos de zona marítima- coger el avión. Ea, ¡que me han perdido el equipaje!. Tenía ganas de decirlo. Y con toda mi ropa de verano. Mientras estaba en el noroeste de Inglaterra me sirvió para pasar frio, pero ahora de vuelta a casa disfruto de una temperatura más que tropical y, qué quieren que les diga, me acuerdo de mis bonitas camisetas.

Tengo que reconocer que ya en Manchester me dio mala espina que tuvieran averiada la cinta de transporte de maletas . "¿Ve usted la señal de la cebra? -me decía en inglés con tono desesperado la señorita-, pues lleve allí la maleta facturada".

La tal cebra era un cartelón enorme, así que no tenía "pierde", como dicen en Pamplona. Tuve que abandonarla allí, haciendo cola -estábamos en Inglaterra- tras otro medio centenar de maletas desconocidas esperando ser embarcadas. Me daba no sé qué dejarla, pero otro empleado del aeropuerto insistió en que efectivamente, ése era el lugar más adecuado y le creí. La dejé allá, sin candado, y comencé a trotar con el equipaje de mano en busca de unos caramelos "blandos por dentro" que me había pedido una amiga.

Total, estuve andando sin parar de la ceca a la meca y de la mañana a la noche, pues por los retrasos acumulados en las diversas escalas -dos horas- llegué ya bien anochecido, por no decir cercana a las once de la noche. Salí y fuí llena de confianza a la cinta de equipajes para recuperarla. Esperé, esperé y desesperé. No apareció por la cinta y me dijeron que en estos casos procedía el ir a dar parte de su ausencia. ¿Cómo podía ocurrirme a mí, que me había portado fenómeno: había llevado todos los líquidos en bolsita transparente, me había quitado los zapatos las tres veces que me lo pidieron los de seguridad. Y créanme, tenía mérito pues llevaba las famosas botas de plástico puestas, para evitar peso extra en la maleta.

Le sigo la pista ahora por Internet, pero nadie sabe de ella. Me pregunto si estará aún con la cebra de Manchester o tal vez en Sanghai. Por si acaso me estás leyendo ahora, quiero decirte que tengo muchas ganas de volver a verte, que te dejé porque me lo ordenaron -ya sabes cómo son las cosas en los aeropuertos-, que si te entra el hambre te dejo comer los caramelillos de toffe-menta que llevas en el compartimento de la cremallera, aunque fueran para mi convaleciente padre. Y que seguiré esperándote porque la esperanza es lo último que se pierde. Por si acaso, no lo tomes a mal, saldré a comprar un par de camisetas: ¡esté calor no hay quien lo aguante!.

viernes, 12 de junio de 2009

Enjoying the greenery

No nos podemos quejar. Como decía el chiste. Pero hoy lo pensaba como con más convencimiento, dado que el sol se ha dignado por fin a aparecer en este rinconcillo de North-England. Estaba yo leyendo tan ricamente al sol cuando de pronto los cuervos (son parte del vecindario y los hay del tamaño de un gato...) se han puesto a alborotar, probablemente por algún litigio de tipo "esta rama es mía, yo la vi firstly".

A continuacion han sido las vacas que, animadas por los graznidos, se han puesto a mugir de tal forma que he creído que una de ellas se habia caído al lago. No he podido acercarme a comprobarlo, por una parte, porque estaba vallado. Y por otra, porque qué iba yo a poder hacer para rescatarla...

En el intermedio ha salido la ardilla y, aprovechando el barullo, se ha ido acercado saltando con disimulo hasta su árbol preferido.

Una familia de gansos canadienses -que así les llaman aquí, yo no les he visto el visado- se ha puesto a hacer geese-surf en el agua y, cuando creía que no faltaba nadie -ya estaba yo como enfrascándome en el libro de nuevo- ha llegado un hombre en tractor con un colector de vaya usted a saber qué. Las vacas se han puesto a trotar emocionadas a su alrededor, tan excitadas, que me he acercado intrigada, imitando a la ardilla, hasta el árbol más cercano. En ese instante el tal caballero ha procedido -sin vacilación- a regar con estiercol maloliente todo el campo. Así que mira tú por dónde, el verde tan re-verde de la isla se debe a algo más que la lluvia. Al menos he logrado escapar a tiempo.

Cuando vuelva a salir de paseo procuraré no trotar alegremente sin antes olisquear intensamente, no vaya a ser que el barro no sea tal. En otras palabras, por si las moscas. O just in case, que viene a ser lo mismo, pero en inglés.

Endoso foto del paisaje colindante para disfrute del publico fiel y del que caiga de vez en cuando por la page.

lunes, 1 de junio de 2009

Antes de empacar...

Comprendo que mi pequeño problema de seleccionar qué ropa meto en la maleta antes de salir al extranjero, así como el guardar con éxito y orden la ropa invernal, es una minucia comparada con el resto de dificultades realmente acuciantes que sufre el común de los mortales.
Es más, creí que no había tal problema, hasta leer esta mañana en el Reader Digest -eso por abrir el correo electrónico- los 14 consejos de los profesionales a la hora de guardar la ropa cuando comienza la primavera. He llegado a la conclusión de que necesito otro armario, otro tipo de perchas, una máquina que haga el vacío para poder apilar sin problemas los jerséis y... quizá menos ropa de la que no uso y tal vez guardo para cuando "me-ponga-a-pintar".

Bien he de reconocer que considero ordenar el armario como un ejercicio relajante. Casi tanto como hacer sudokus. El hecho de sacar todo sobre la cama para quitar el polvo de las baldas y después meterlo de nuevo en igual desorden por falta de tiempo, me retrotrae a la adolescencia -ah, qué tiempos...-, cuando mi querida madre -con poco éxito, he de confesar- intentaba inculcar en mi alma ese amor al orden, a la pulcritud y al sentido común. Cuantas veces llegaba yo a mi cuarto y encontraba una montaña de ropa sobre el colchón (daba igual la estación del año) y desde la cocina venía aquella voz cariñosa que advertía: "quiero ver todo ESO en su sitio de otra manera".

Tampoco se cómo tuve valor -17 abriles, insisto- para repetir tantas veces aquella famosa cantinela: "Mamá, no sé qué ponerme, es que no tengo nada que ponerme".

Invariablemente contestaba, con cierto deje de paciencia y siempre buen humor a chorros: "hija mía, pues ponte cualquier cosa, tienes el armario LLENO".
Un saludo.