Comprendo que mi pequeño problema de seleccionar qué ropa meto en la maleta antes de salir al extranjero, así como el guardar con éxito y orden la ropa invernal, es una minucia comparada con el resto de dificultades realmente acuciantes que sufre el común de los mortales.
Es más, creí que no había tal problema, hasta leer esta mañana en el Reader Digest -eso por abrir el correo electrónico- los 14 consejos de los profesionales a la hora de guardar la ropa cuando comienza la primavera. He llegado a la conclusión de que necesito otro armario, otro tipo de perchas, una máquina que haga el vacío para poder apilar sin problemas los jerséis y... quizá menos ropa de la que no uso y tal vez guardo para cuando "me-ponga-a-pintar".
Bien he de reconocer que considero ordenar el armario como un ejercicio relajante. Casi tanto como hacer sudokus. El hecho de sacar todo sobre la cama para quitar el polvo de las baldas y después meterlo de nuevo en igual desorden por falta de tiempo, me retrotrae a la adolescencia -ah, qué tiempos...-, cuando mi querida madre -con poco éxito, he de confesar- intentaba inculcar en mi alma ese amor al orden, a la pulcritud y al sentido común. Cuantas veces llegaba yo a mi cuarto y encontraba una montaña de ropa sobre el colchón (daba igual la estación del año) y desde la cocina venía aquella voz cariñosa que advertía: "quiero ver todo ESO en su sitio de otra manera".
Tampoco se cómo tuve valor -17 abriles, insisto- para repetir tantas veces aquella famosa cantinela: "Mamá, no sé qué ponerme, es que no tengo nada que ponerme".
Invariablemente contestaba, con cierto deje de paciencia y siempre buen humor a chorros: "hija mía, pues ponte cualquier cosa, tienes el armario LLENO".
Un saludo.
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