Esto sucedió en Pamplona: estaba yo paseando por su Casco Viejo cuando de pronto me pareció escuchar un crujido como de gárgola hambrienta. No era tal, que llegué a hacerle foto antes de que se comiera una flor de piedra de su vestido pétreo. Además se reía. Y digo que no era gárgola porque su función era el ornato de un arco en casa antigua, a la altura casi del suelo.
Su compañero de arco, a quien aún quedan cuatro flores intactas, pudo mantener la cara de circunstancias, aunque sí le reconvino por comer con la boca abierta. "¡Siempre llamando la atención!", decía.
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