La última vez que voy a pintar con ropa vieja... Siempre hay alguien que va con cámara de fotos y sales con pinta asilvestrada, en grupo o tratando de enderezar el caballete...
Esto es el resultado de la excursión de esta mañana al Señorío de Otazu. Bien que las bodegas son competencia de las de mi familia pero, como me decían los encargados, ahora en crisis "todos somos un piñón".
Digo "como me decían" porque he llegado la primera, y no por ser una ansiosa, sino por aquello de que no quería hacer esperar al resto de pintores, a quienes suponía ya pintando, pero no.
Lo más divertido-desesperante es el contínuo cambio de luz: de repente un rayito de sol y brilla el edificio. Al momento todo gris y con luz difuminada. El pintor-profesor me ha animado a decidir si pintaba el cuadro reflejando o no el momento de sol. He decidido que sí y desde aquel momento no ha salido ni un mal rayo. Bueno, sí, cuando nos teníamos que ir para visitar la bodega. Caprichos de la metereología.
Nos dejaban hacer todas las fotos que quisiéramos a las múltiples obras de arte que
jalonaban la "campiña", así que también les coloco un perfil del flautista que estaba así antes de que comenzáramos a pintar.
No, no lo hemos estropeado, es que cinco minutos más tarde la hierba estaba cubierta de gente con caballetes y lienzos. O cartones y maderas, que de todo había.
Pues nada, el taller ya ha acabado. Ahora se impone la ardua tarea de pintar de vez en cuando, sin tener que ir corriendo a un lugar, un día establecido, un tiempo determinado.
Digo yo que los seminarios de arte y las academias de pintura para lo que sirven -aparte de para la práctica de la pintura- es para hacerte pintar. O sea, educar la voluntad.
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