Han estado de visita los pauas, de paso hacia su lugar de veraneo. Traían en el asiento trasero a Pascualín y a Cagapurris. Este último, un golfo que se les pegó creo que por la comida y cama gratis.
No tenía que darles mucho el sol de forma directa, así que los senté en la hierba a la sombra. Comprobé entonces el poder de fascinación que ejercen
sobre nuestro progenitor...
Cagapurris comía pipas a dos carrillos. El pobre Pascualín hacía lo imposible por llamar la atención: se agarraba a un palo, se apoyaba también en la pared y giraba sobre sí mismo en un alarde de malabarismo que le salió bien dos o tres veces. Acabó por los suelos con un buen chichón en la cabeza.
Estaban tan entretenidos jugando que pudimos escaparnos para tomar un cafecito en el bar cercano. Al ir a pagar la consumición, giró Papá el cuello para buscar la cartera en el bolsillo de la camisa y sufrió un tirón. "No es nada", señaló todo circunspecto, "es que se me olvida que no puedo hacer este gesto,
que es el de Cagapurris".
Me explicaron entonces la llegada a casa de los dos "bisnietos", como cariñosamente les apodan sin resquemor alguno a los posibles celos que puedan despertar en sus auténticos descendientes, o sea, nosotros.
Y es que ninguno de los dos lleva tiempo en casa: a Pascualín lo trajo poco antes Maribel y Mamá comentó al verlo: "¡mira qué bien, un pascualín!. ¡Como el nombre de aquel pintor de Corella que Padre acogió en casa y que cantaba como un tenor mientras pintaba cuadros!".
Pero -perdón por el paréntesis- el hecho sucedió, según comentaban, del modo más ordinario: estaba Pascualín viendo amanecer, tan ricamente sentado en la terraza, cuando de pronto, sin que nadie sepa explicar cómo, apareció Cagapurris a su lado. Y desde entonces no ha habido modo de separarlos.
Así de simple.
Al ver las buenas migas que hacían, aceptaron enseguida a ambos en nuestro hogar, un lugar siempre amable a la par que elástico, como de todos es sabido.
"Cagapurris" es el nombre que, después de googlear un rato, le impuso Internet al recién llegado. Nada más "bautizarlo" decidieron que era digno de confianza y que ya se le podía recibir como a uno más de la familia...
Acaban de salir hacia Salou. Cagapurris y Pascualín hasta me han dejado una pluma de recuerdo. Son tan sociables... Ah, y la hierba llena de cáscaras de pipas. Cagapurris estaba inquieto antes de irse, se paseaba arriba y abajo algo nervioso y me pareció varias veces como que quería decirme algo,
pero al final no abrió el pico y se montó en el coche.
Nota:
Dicen que el Agapornis es fiel a su media naranja durante toda la vida. Lo raro es que ésta sea periquito, pero no parece importarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario