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He tenido la suerte de presenciar, aunque haya sido frente al televisor de mi casa, la beatificación del Papa Juan Pablo II. Y la he seguido con emoción, reviviendo los momentos en que pude verle en España durante sus visitas a lo largo de tantos años. No me olvido tampoco de aquella ocasión, hace veinte años, en la que pasó frente a mí recogido en oración, durante la vigilia de aquel sábado santo, a un metro escaso de distancia, yo pegada a la valla. En esa ocasión se me hizo un nudo en la garganta, tragué "algo"... A mi regreso a España había curado de una hipotensión en las cuerdas vocales que me impedía hablar, cantar o simplemente emocionarme sin perder la voz irremisiblemente. Llevaba un año yendo todas las semanas a una logopeda y practicando sus ejercicios a diario, sin mejoría apreciable. Según mi familia, perdí un timbre interesante de "cantante-de-soul- fumadora". Pero recuperé el mío y hasta ahora sigo perfectamente. En su día lo escribí como un favor concedido por el Papa en vida y hoy lo re-escribo en agradecimiento a tantos otros favores del Beato Juan Pablo II, a cuya intercesión sigo encomendando todo lo que llevo en el corazón.
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